“Solo
nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena”
Nací y crecí en Murcia y durante ese tiempo pude vivir dos terremotos desde lo alto de un piso 10º de un edificio exento. Sentí como se movía mi edificio y, salvo la aparición de algunas grietas en particiones interiores, quedaba igual tras el terremoto; mientras, en la televisión, se veían edificios más pequeños que se derrumbaron. No entendía el porqué, pero intuitivamente pensé que tanto la edad de los mismos como el hecho de que fueran casas pegadas unas con otras tenían algo que ver.
Cuando di los primeros pasos en esto de la ingeniería sísmica, los conceptos de rigidez, resistencia, elasticidad, resiliencia, ductilidad y diseño por capacidad eran difíciles de entender al principio, pero una vez entendidos son fundamentales para seguir las últimas estrategias en el diseño sismorresistente. Todo acaba adquiriendo sentido, se ve con lógica que la aplicación de normativa y mejores técnicas disponibles debe ser obligatoria en cualquier diseño. La mente de un joven estudiante empieza a comprender que los edificios deben moverse, deben ser capaces de “bailar” con el sismo para disipar la energía que éste le transmite en el caso de que sea un sismo “grande” (he simplificado mucho el concepto persiguiendo el objetivo último del artículo, que es crear debate, pero hay mucha documentación al respecto para profundizar).
La siguiente pregunta era clara, ¿qué pasa con los edificios antiguos? ¿Qué hacemos con esos cascos urbanos conformados por edificaciones anexas y hechos de ladrillo y/o mampostería?
El debate público sobre los riesgos de los terremotos es algo que siempre he echado en falta; en zonas sísmicas se debería concienciar sobre el riesgo al que están expuestas las personas, realizar charlas en escuelas y colegios sobre cómo actuar en caso de sismo, enseñar a la gente a mantener sus casas y evitar construcciones desfavorables, planteamientos urbanísticos que permitan desarrollos coherentes de la ciudad, etc. Las noticias sobre desastres, trágicas historias personales, algún milagro y cuantiosos daños materiales dan para rellenar muchos periódicos e informativos. Sin embargo, no pasará más de un par de semanas hasta que se nos borre el recuerdo de dicho desastre, aquel que hacíamos nuestro con los “je suis” y demás formas de solidaridad moderna y cómoda desde nuestro sofá, y volvamos rápidamente a nuestras vidas a devorar la siguiente noticia con la que nos alimentan estratégicamente. Son cosas de las que solo se habla hasta que la tinta de los periódicos se seca.
“Sin
embargo, no pasará más de un par de semanas hasta que se nos borre el recuerdo
de dicho desastre. Son cosas de las que solo se habla hasta que la tinta de los
periódicos se seca.”
El pasado 24 de Agosto de 2016, hace poco más de 2 semanas desde que escribo estas líneas, tuvo lugar un terremoto en el centro de Italia, de magnitud 6.2 en la escala de Richter que afectó principalmente a los pueblos de Amatrice, Accumoli y Pescara del Tronto, así como a otros de la región de Le Marche. Son pueblos con un trazado medieval que han quedado arrasados, dejando imágenes (aquí se pueden descargar algunas) que deberían hacer que nos planteáramos serios debates sobre qué hacer con el patrimonio edilicio de dichos pueblos. Son localidades con casas antiguas (alrededor de 100 años), construidas con materiales cuya resistencia al sismo es muy reducida, cuyo planeamiento urbano de edificios contiguos sin juntas y de planta irregular ofrecen una alta vulnerabilidad frente al terremoto como vemos en las fotos a continuación.
Vista aérea de Amatrice tras el sismo. El edificio naranja en
pie se ha hecho famoso
En rojo y
naranja la zona de Amatrice más dañada
Pero en todas partes cuecen habas; partamos de la hipótesis de que hoy en día los edificios se proyectan, construyen y mantienen correctamente, siguiendo todos los códigos, recomendaciones y buenas prácticas que se han ido adquiriendo con los años. Inmediatamente surge la pregunta: ¿qué pasa con esos edificios que fueron proyectados y construidos antes de que se supiera qué hacer en zona sísmica? En España, se redactó la primera normativa con recomendaciones para construir en zona sísmica en 1968. Según el observatorio de vivienda y suelo de 2011 que publica el Ministerio de Fomento, aproximadamente un 32% de las construcciones de nuestro país son anteriores a dicha fecha, entre ellas, las situadas en zonas de riesgo son casi 1.2 millones.
Pongamos como ejemplo el último terremoto sufrido en Lorca, Murcia en mayo de 2011, de magnitud 5.1 en la escala de Richter. No hubo grandes derrumbes en edificios que ocasionaran cuantiosas pérdidas humanas en la misma magnitud que en Italia, pero sin embargo pudimos ver como algunos edificios relativamente recientes colapsaban de forma de manual (pilares cortos, mecanismo de planta débil, etc).
Único edificio que colapsó durante el terremoto de Lorca
El patrimonio de la ciudad resultó gravemente dañado: siete de los 41 edificios declarados como BIC (Bien de Interés Cultural), resultaron afectados en mayor o menor medida.
Iglesia de Santiago tras el terremoto de Lorca
Los 9 muertos que causó este terremoto fueron debidos a la caída de elementos no estructurales (petos y fachadas principalmente) que no seguían recomendaciones de construcción en zona sísmica. En este vídeo se puede ver una magistral charla del profesor Ramón Álvarez Cabal que estuvo a cargo, tras el terremoto, de la labor de evaluación de integridad estructural de más de 350 edificios del Consorcio de Compensación de Seguros. Me gusta mucho esta charla porque plantea una serie de preguntas que deja abiertas, cuestionando normativas, diseño sísmico y formas de construcción.
No es el único, llama la atención que en Italia, país con un riesgo muchísimo mayor, existen voces que reclaman dicho debate, el presidente del GLIS (instituto vinculado a la asociación italiana de ingeniería sísmica) Alessandro Martelli, dijo poco después de los terremotos que en Italia hay 24 millones de personas que viven en zona de alto riesgo sísmico y que más del 80% de los edificios anteriores a 1981, que fue cuando se obligó a seguir la normativa de construcción sismo resistente, no resistirían un terremoto. Llueve sobre mojado, en 2012, tras el terremoto de la región Emilia-Romagna (qué casualidad que sólo le llaman tras desastres…), volvió a comentar que el riesgo es alto y que solo se pueden mitigar los efectos de los terremotos. Remarca que es una decisión política, que los técnicos pueden plantear ciertas acciones como “examinar estructuras estratégicas, verificar la eficiencia del sistema de protección civil, hacer re-estructuraciones antisímicas, verificar los edificios nuevos, informar a la población de los riesgos y qué hacer en caso de terremoto y mucho más”, pero pone énfasis en la duda de “si a la política y a la gente común le interesan estas cosas”.
Tras el terremoto de L’Aquila de 2009, a 40km de Amatrice, se invirtieron muchos millones de euros en reparar y acondicionar algunos edificios clave de la zona centro de Italia frente al sismo, sin embargo, la escuela de Amatrice y el campanario de la iglesia de Accumoli sufrieron graves desperfectos que incluso mataron a gente. Y aunque al día siguiente del terremoto de Amatrice ya empezaron a investigarse las posibles irregularidades en las reformas antisímicas llevadas a cabo unos meses antes del terremoto, la sombra de la corrupción es alargada y no entiende de obras para la seguridad. Otra solución propuesta consiste en dar préstamos estatales para reformas o/y obligar a contratar una póliza de seguro que grave de manera importante aquellos edificios no preparados para resistir un sismo.
Y si se sabe, ¿por qué no se invierte más dinero público? ¿Por qué no se involucran más las autoridades en la lucha contra la corrupción? No pensemos que solo en España vemos cómo los políticos inauguran rotondas, aeropuertos, hospitales y autovías, también en Italia buscan la foto, y es precisamente este amor a ser inmortalizado el que le quita atractivo político a “gastar” miles de millones en obras que no pueden ser portadas de periódicos.
Me gustaría acabar con una mirada optimista al futuro, diciendo que hay mucho por hacer, sí, pero que si la gente que ha sufrido en sus carnes esta desgracia puede salir adelante, es posible contagiarse de ese mismo espíritu y conseguir tener un debate serio sobre qué hacer en estas regiones del mundo para que las desgracias que vemos cada cierto tiempo se minimicen o incluso anulen.
Utilizo este pequeño altavoz para pedir que los expertos hablen, que propongan, que planteen soluciones viables (o no), que la sociedad participe de dicho debate, que decida si quiere invertir el dinero de sus impuestos en sentirse más seguros (o no), que las autoridades tomen nota, que las empresas diseñen, construyan y mantengan los edificios conforme a las normas, recomendaciones y reglas de buena práctica; en definitiva, que se realice un debate serio y participativo y no nos limitemos a poner velas o expresar condolencias en el futuro, porque quizás hayamos conseguido limitar estos daños.
Álvaro Pérez Garay contacto: @barbapg
Ingeniero Industrial con especialidad de estructuras por la UPM. Dirección de proyectos. Cuanto más leo, más dudo.